Es algo extraño eso de la emoción, me refiero a ese sentimiento incontrolable y desbordante que nos inunda en situaciones especialmente significativas de nuestras vidas.
No puedo asegurar que fuese la primera vez que me sucedió, pero al menos es la más antigua que recuerdo y se originó por un beso, un cálido beso a la luz de la luna junto al molino viejo del río Segura, una noche de verano, hace ya demasiados años, tantos que ni recuerdo el nombre de aquella chica tan dulce.
Las consecuencias fueron inmediatas al contacto, temblor, escalofríos trepidantes y sobretodo la sensación absurda de no controlar mi propio cuerpo y ser incapaz de parar aquella emoción que invadía mi ser atropelladamente y me quemaba por dentro de deseos ardientes.
Por muchos años he creido que esta era una reacción lógica, consecuencia clara del amor, de lo desconocido, inesperado o muy esperado, pero siempre agradable sensación de descubrimiento, un placer supremo que solo he catado en contadísimas ocasiones, casi todas en idílicas noches calurosas, bajo estrellas fugaces y preciosas chicas dulces,de las que siempre me he enamorado. Por desgracia, he comprobado tarde, que estas delicias sensitivas que nos da la vida están situadas en una estrecha línea de vertiente, y forman la frontera difusa que diferencia el amor, el placer supremo, del dolor más profundo y punzante. Y todo esto viene porque hace tiempo que no escribo, y me han pasado cosas importantes estos días, sucesos relacionados con la salud y la vida misma de dos personas que quiero y que rodean mi vida.Esto me hecho ver otra vez la emoción,pero ese otro lado de la frontera, que aún siendo externamente idéntico te succiona por dentro y te deja vacío y sin ganas y con rabia en vez de aquel pais que te tira adelante, te llena de energía, amor y buenos recuerdos.
Al menos no me permite estar indiferente, y hace que vuelva a pensar en las cosas que verdaderamente merecen la pena y a vivir la vida de forma única.